Por Guarionex Concepción

Conociendo, como conozco yo, el grado de profesionalidad y listeza de los cuerpos entrenados, especializados, de nuestras fuerzas armadas. Sabiendo con la prontitud y firmeza que cumplen las ordenes, su grado de responsabilidad, no me extraña la forma como están asestando golpe tras golpe a los grupos narcotraficantes.

Principalmente a los jóvenes oficiales, con deseos de escalar, de demostrar su sapiencia, y deseos de servir a su país, es normal que las cosas se les den como está ocurriendo ahora.

Es interesante seguir la competencia que se da entre estos oficiales, que desarrollan sus conocimientos académicos en interés de demostrar su valía. No pierden oportunidad que se les brinde de hacer un curso, un diplomado, irse a academias extranjeras y ampliar su carrera. Así adquieren un completo dominio de sus especialidades y no fallan.

Esa joven oficialidad de las distintas instituciones castrenses, si les dan oportunidades, funciones, mando, son capaces de dar los más duros golpes a los delitos del narcotráfico, la trata de blancas, el contrabando, los vuelos ilegales y la delincuencia común que incida en sus áreas de influencia. Se está apreciando con crudeza en los últimos meses en nuestro país.

A estos militares solo les hace falta que los altos mandos les ordenen. Ellos se encargan del resto, porque solos, sin una voluntad superior firme y decidida, correcta, no pueden hacer nada. Si existe la voluntad superior, no hay delito que no controlen y sometan. Tienen los conocimientos y mecanismos para no fallar. De agosto del año pasado a la fecha lo han venido demostrando con creces. ¿Por qué?

Pasa que si el militar o el policía no tienen la orden para actuar en circunstancias especiales o delitos que involucran grandes intereses, no puede ni siquiera ver esos delitos. Bastante conocida es la anécdota del militar o policía que no puede dejar pasar tal o cual camión, pero que tampoco lo puede ver ni atajar, ni dar señales de haberlo visto.

Parece ser que, para vergüenza de los dominicanos, hasta agosto del año pasado había muchas cosas que se movía en aire, mar y tierra que no se podían dejar pasar, pero que tampoco se podían ver, ni mucho menos atajar.

Eso constituía un escarnio para muchos militares y policías -aunque desde luego algunos enriquecieron y participaban abiertamente- que veían con estupor como se arrojaba lodo sobre sus instituciones y uniformes. Se encontraban atados de pies y manos y los cargamentos de drogas, el contrabando, el tráfico de indocumentados, los robos. todas las modalidades de la corrupción y el crimen, crecían sin control.

No había una voluntad política para controlar nada. Los políticos enquistados en el poder, con escasas excepciones, se hacían ricos y se revolcaban, insaciables, sobre los fajos de billetes que manejaban diariamente.

Pero como no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista, el pueblo se fue asqueando hasta un extremo que no soportó más. La repugnancia fue tal que la decisión de echar a los culpables de esa situación resultó aplastante. No obstante, culpables, propiciadores de toda la inmundicia, siguen vigentes, aspirando a reinstaurar el crimen y la corrupción, jugando a la memoria de un pueblo que pudieron levantar y ayudar a superar su ancestral carga de ignominia y atraso. ¡Cuánto descaro!