Por Emilia Santos Frías

Si somos lo que son nuestros deseos más profundos, si lo que concebimos e imaginamos, podemos conseguirlo, tenerlo, crearlo, porque no hay nada inaccesible para el ser humano, ¿por qué no siempre usamos ese poder para ayudar a los demás?

“Dad y se os dará, medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir”. Lucas 6:38.

Hace unos días una joven profesional en condición de NINI (jóvenes que ni estudian ni trabajan. Así vive gran parte de la franja en edad fértil de nuestro país), durante una franca y hermosa conversación, realizada por tierra cibaeña, me decía: porqué una persona joven esté graduada en estudios superiores, pero, que no estudie postgrado, maestría o doctorado y tampoco trabaje, no significa que no sienta plena, que no sea exitosa, pues, el éxito no solo se alcanza por la acumulación de riquezas materiales; estar “bien casado”, tener hijos o ser emprendedor…

Algo así, más o menos, es lo que entendí de su argumento, y justamente, encontré algo parecido en los escritos de Deepak Chopra, en su afamada obra: Las Siete Leyes Espirituales del Éxito. Una guía práctica para la realización de tus sueños, en la que define el éxito como un deseo universal.

“Este, siempre será un viaje que realizamos, con todo lo que eso implica, pero nunca será un destino”. En ese viaje, muchas veces y por equivocación, comprometemos el bienestar de la familia y hasta nuestra salud, para alcanzar el éxito material.

Me encontré esta obra hace unos días, por coincidencia de la vida, encima del escritorio una compañera de laborales, y quedé prendada, al punto de salir a buscarla y leerla “de cabo a rabo”.

Enriquecedora experiencia. Al analizar su contenido, confirmé que somos lo que son nuestros deseos más profundos, pero, para realizarnos, debemos comprender nuestro cuerpo, alma y mente. Comprender nuestra inteligencia y energía, siempre siendo seres de orden, sin ser afectados por la crítica, ni temerles a los desafíos, ellos son esos problemas diarios, a lo que nos enfrentamos.

“Nuestro yo interior (yo consciente), el yo reflexivo, necesita que le dediquemos tiempo, porque es la fuente de todo y no podemos vivir con él, como si fuera un extraño. Sin recuerdos no hay deseo, ni Karma (energía trascendente que se genera a partir de los actos de las personas. También conocido como un espíritu de justicia o equilibrio), ni acción”.

Como seres humanos, tenemos conciencia y libertad; al comunicarnos con la naturaleza, ella se manifiesta en nosotros mediante principios que nos exhortan meditar, evitar juzgar y con frecuencia vivir el silencio. Recordemos que somos espíritu puro.

Es necesario hacer costumbre en nuestro andar, el dar, para poder recibir; mantener ese círculo. Deepak Chopra, nos recomienda traer don a nuestras vidas, al dar con alegría, con dicha, con risa, y así también, obtendremos realización espiritual.

Dar afecto, aprecio, atención, amor y saber escuchar con todo nuestro ser. Verbalizar esos regalos, para ganar sustancias sanadoras para nuestro organismo. Es fácil alagar y consentir a los demás; mostrarles afectos y decirle cuánta estima le tenemos. ¿Qué esfuerzo realizamos al ofrecer amor?

Además, persistir y soltar si las cosas no salen como queremos. Aceptar que podemos crear el futuro y revisar el pasado, mientras vivimos el presente con nuestra atención puesta en él. Es necesario mantener nuestra responsabilidad, sin culpa, ni vergüenza, conscientes de los desafíos, sabiendo que la vida se mueve entre el placer y el dolor.

¿Solo la ambición y el trabajo arduo nos llevan al éxito?

“El cuerpo humano puede pensar, matar bacterias, fabricar un bebé…, todo al mismo tiempo”.

Otra recomendación del autor, es que nos pongamos en contacto con nosotros mismos, para evitar ansiedad, culpa, depresión y temor. Vencer el dolor en vez de quedarnos atascados, fortalecer nuestra mente, alma, cuerpo y ambiente. Practicando además, la responsabilidad y la atención.

En síntesis, si queremos obtener éxito en todos los aspectos de nuestras vidas, debemos reducir las siete leyes espirituales a cultivar nuestra potencialidad pura; dar para recibir; la intención y el deseo; pensar, actuar y comportarnos con desapego. “El ego y el yo viven en el mismo cuerpo, el primero consume los frutos dulces y amargos, mientras el segundo observa”.

El desapego conduce al éxito. Debemos vivir con meta, pero desapegados a ella; con desprendimiento, orientados a procesos y no a resultados. “Por hacer lo contrario la mayoría de la gente es prisionera”.

También, es preciso, que nos aportemos del temor a lo desconocido; de la seguridad y la necesidad de certeza. Es justo involucrarse apasionadamente, pero con desapego, porque cada momento tiene un campo de posibilidades infinitas para el éxito.

“Hoy mientras más incierta sea mi vida, más dicha va a crear para mí”.

La buena suerte no es tal, es una oportunidad que se nos presenta en la vida, y cuando llega debemos estar preparados para ella. Esa es la ley del propósito en la vida, la de la bienaventuranza. Estamos aquí para cuidarnos. ¡Comprometámonos con nutrir nuestra alma!

Hagamos una lista de los talentos que tenemos; identifiquemos cómo eso que nos encanta hacer, que amamos realizar, podemos ponerlo al servicio de los demás. Recordemos que estamos conectados a la naturaleza, a Dios, quien nos creó, ¡es hora de renacer!