Por Rafael Peralta Romero/Voces y ecos

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En el afán de conseguir la prueba PCR para Augusto (habla la esposa) preguntaba insistentemente por el tiempo de espera. En ocasiones cerraban el teléfono sin contestar una palabra. Figúrese mi indignación e impotencia. El segundo día tras la cita, pudimos concertar en uno de los laboratorios, para 3 días después (10 de junio) pero seguíamos intentando con otros laboratorios para conseguirla antes. Nos comunicamos a *462, tomaron los datos y prometieron llamarnos… aún esperamos la llamada).

Al fin, una mano amiga llega a nosotros y le toman la muestra, primera (8 de junio) tuvo que ir directamente al laboratorio), donde te miden los índices de IgM e IgG presentes en la sangre. Diagnóstico: que por sus niveles de inmunoglobulina ya Augusto no tenía el virus porque su organismo desarrolló anticuerpos. Aun así, seguimos con el plan de aislamiento total. Llega el día de la toma de la segunda muestra (10 de junio). Se la realizaron con la saliva y el resultado fue: *virus detectado*, y explican qué significa *detectado* y que significa *no detectado*. Aún con dos resultados, acordamos entre todos que el aislamiento debía continuar.

¡Dios!, también acordamos que sólo uno de nosotros debía atenderlo, en este caso yo (Jonaira), lo atendería para evitar contagio (no nos convencieron de que ya no era contagioso) masivo. Luego vino el drama de nosotros hacernos la prueba para descartar posibles contagios, y sólo pensar en buscar la cita ya se convertía en un trauma. La conseguimos con ayuda, entre tanto, mi mejor decisión fue orar, orar y orar, aunque siempre lo he hecho, pero esta vez era como que esa conversación con Dios no debía de faltar, no podía dejarse pasar por alto, era una necesidad obligada aún con días tan cargados.

Cerré nuestra papelería y me convertí, más que en ama de casa a tiempo completo, en terapeuta, por los cambios de ánimo de mi esposo, muchas preguntas sin respuestas, ansiedad. No les voy a negar que llegaron momentos de desesperación y exaltación de ambos lados, e incluso lloré, pero, cuando llegaba la calma le pedía perdón a Dios y a él, porque me había prometido luego de recibir un versículo bíblico que reza: “Cuida al prójimo, al necesitado como si fuera a mí mismo tu Dios, el Rey a quien cuidas”. Y así cuidé de mí esposo.

No es lo mismo pasar una cuarentena todos juntos en la casa, en el calor del hogar y de un zajón verte solo en una habitación, oyendo los pasos de tus seres queridos, sin poder abrazarlos, ni tocarlos…mire.

rafaelperaltar@gmail.com

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