Por: Elvis Paredes
El reciente proceso electoral salvadoreño, en el que fue electo presidente Nayib Bukele, ha dejado lecciones que deben ser tomadas en cuenta al momento de hacer un análisis serio de los procesos sociales en Latinoamérica.

El análisis podría ser enfocado en dos vertientes. Primero, saber que aun no han desaparecido las causas que permiten la aparición de figuras extra partidos, y segundo, preguntarnos, el porqué ¿? , el pueblo de El Salvador le da la espalda a una agrupación política como el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), que por más de una década lucho a sangre y fuego, para defender el derecho a la vida de los salvadoreños.

O sea, al día de hoy, la Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), que gobernaba durante los 12 años de guerra civil, y a cuyos dirigentes se le acuso de crímenes de lesa humanidad, entre ellos el asesinato del Arzobispo, Oscar Arnulfo Romero –canonizado por el Vaticano-, ha desplazado al FMLN, como partido gobernante que lo combatió.

Aunque también hay que tomar en cuenta, como un líder político es echado de un partido, sube a la plataforma de un pequeño partido y sale triunfante. En República Dominicana lo calificaríamos de «transfuguismo. `

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Pero también envía un mensaje a los gobiernos y partidos que profesan iguales ideales en América Latina y el mundo.

El saber que los pueblos son veleidosos, y se dan los gobiernos que merecen, y los presidentes que deseen.

Lo mejor que puede hacer un gobernante que ha estado en la dirección del Estado por más de un periodo, es aceptar las vías constitucionales y permitir la alternabilidad, puesto que esto le permitirá a ese mismo pueblo, poder comparar sus administraciones y evaluarlas.

Por tanto, y volviendo al tema que nos ocupa, muchos se preguntan porque una agrupación política que ha tenido un desempeño económico aceptable, sin sobresaltos ni crisis política, sea relegado al tercer lugar?

Cosas veredes, como diría Don Quijote a su inseparable amigo, Sancho Panza, en momentos en que sufrían alguna decepción.

Sin embargo, hay que tomar en cuenta que la sola firma del Acuerdo de Paz, no resolvería los ancestrales problemas estructurales de una sociedad, destruida por la guerra civil de 12 años.

La firma de la paz puso fin a un conflicto armado que se prolongó durante 12 años y «que tuvo un costo social muy elevado, entre 75.000 y 80.000 muertos y más de 8.000 desaparecidos, pero no lograron resolver los problemas económicos y sociales que ocasionaron la guerra.

Según cifras oficiales, en 2016 se produjeron un total de 5.278 homicidios, un promedio diario de 14 asesinatos en un territorio de 21 mil kilómetros cuadrados, ocupado por seis millones y medio de habitantes.

Pero, el fenómeno de la delincuencia en El Salvador, tal y como se conoce hoy en día, es multicausal; se desarrolló después del conflicto armado producto de la desintegración familiar, de la pobreza, de la falta de educación y la falta de opciones.

Es por ello, que los integrantes de las pandillas que hoy asesinan, atracan y extorsionan, son en su mayoría, aquellos niños que una vez fueron abandonados por sus padres para irse a la guerra, o que murieron en combate por uno de los bandos en conflicto.

Esos jóvenes que un día se asociaron para defender sus vidas, son los que luego se asociaron para buscar recursos para sobrevivir y luego, se organizaron para delinquir.

Se firmo la paz, pero no se tomo en cuenta el drama humano que dejaba la guerra, ni se planificaron acciones para enfrentar la situación por la que atravesaban cientos de miles de niños, niñas y adolescentes salvadoreños.

Es por esto que hoy, la sociedad salvadoreña se debate entre estilos de gobiernos democráticos/populistas y de centro derecha.

Espero que la lección que ofrece hoy el pueblo de El Salvador al partido gobernante, le sirva para rectificar y someterse a una real autoevaluación. El tiempo dirá.