Por Francisco Luciano

Lo malo de la mentira cuando es usada para difamar es que puede alienar a sus receptores y hasta llevarlos a repetir como verdad, argumentos que no resisten el más mínimo cuestionamiento de la lógica.

La perversa, pero bien montada campaña contra el presidente Nicolás Maduro y muchos de los más activos colaboradores, ha logrado convencer a una buena parte de la opinión pública mundial de lo “abusador, bruto o tonto” que es el líder venezolano. El frenesí de algunos llega al extremo de afirmar que han visto con sus propios ojos la “triste realidad de desolación en Venezuela” sin haber visitado nunca en su vida el territorio de esa nación.

No faltan quienes, actuando al servicio de un plan bien orquestado por la inteligencia de los Estados Unidos, se arriesguen a afirmar desde la radio, las redes, la televisión y la prensa escrita, que bajo la égida del gobierno chavista se restringe la libertad de tránsito, de opinión y se aplica la mordaza contra los opositores y contra los medios de comunicación.

La trama para tratar de desacreditar a las autoridades venezolanas, recurre sin tapujos a presentar imágenes de situaciones ocurridas en otros confines como acontecidas en ese país. Es así como imágenes de Haití, se presentan al mundo como ocurridas en Venezuela, hospitales deteriorados de Honduras se atribuyen a la realidad venezolana y por si fuera poco, fotos de las devastaciones en Siria se presentan a la incauta opinión pública como parte del “desastre en que Nicolás Maduro tiene metido a los venezolanos”.

El bombardeo de informaciones falaces, por parte de las agencias al servicio de los intereses del imperialismo norteamericano, busca generar un sentimiento de odio contra un gobierno que lo único que ha hecho es actuar con dignidad y en defensa de los intereses de su pueblo, a exigiendo con hidalguía respeto al derecho que tiene a regirse por su Constitución y no por los caprichos o dictados de quienes se creen dueños y administradores de la voluntad del resto de las naciones.

Dentro de las acusaciones que se le hacen a Nicolás Maduro, la más ridícula, descabellada y estúpida, es la que trata de presentarlo como un “grosero y sanguinario dictador”. Esa es una mentira más grande que todo el universo conocido.

¿Si Maduro fuera el dictador que describen las mendaces e interesadas opiniones publicadas por las agencias de prensa? ¿Si los chavistas fueran un grupo de saqueadores o de narcos, como suele afirmarse, sin más pruebas que la saliva de quienes saben que mienten?, Habría que concluir en que la de los chavistas es una dictadura rara. Tendríamos que aceptar que el dictador Nicolás Maduro es extraño, demasiado extraño.

Si quienes presiden el gobierno de Venezuela fueran déspotas y dictadores, es seguro que la oposición no tuviera la libertad de darse el lujo de convocar y celebrar elecciones para desafiarlos contando con la protección de la fuerza pública.

La experiencia que se tiene de los dictadores en toda la historia de la humanidad, indica que jamás permitirían que un opositor se autoproclame presidente interino de la nación, que convoque a marchas, mítines y concentraciones, y que convoque a la prensa, lo desafié y que luego transite libremente por las calles de la ciudad.

Ya quisieran opositores de muchas de nuestras democracias ser reprimidos como la hace con sus pares “el dictador Nicolás Maduro”.

El autor es docente universitario y dirigente del PTD.