Por Guarionex Concepción
Parte I de 2
Los municipios de del Gran Santo Domingo, si no lo son, deben ser aproximados a los más ruidosos del planeta.
La falta de autoridad, la deficitaria calidad de la educación, la poca influencia de la formación hogareña da lugar al desempeño ruidoso de sus habitantes.
Es probable que los altos decibeles que alcanzamos sea lo que contribuya a la sordera de muchas personas, que se comunican con su interlocutor, a su lado, alzando la voz como si estuvieran a 40 metros de distancia.
Quizás es la forma de sobreponerse al sonido de las motos sin silenciadores, los carros con mofle defectuoso, al equipo amplificador del vecino y a los demás ruidos del vecindario.
Hubo tiempos pasados -quizás porque no había tantos habitantes en las ciudades nuestras- en los que la contaminación por ruido no alcanzaba los niveles que sufrimos ahora.
Existían sectores privilegiados que no tenían ese problema. Se criaban los bebes sin dar saltos en la cuna y despertando despavoridos por un bocinazo o por el estruendo de una motocicleta.
Ahora no hay una autoridad que imponga la ley. Por eso por el mejor y más exclusivo sector cruza a cualquier hora la moto o el vecino le mete todos los decibeles a su equipo de sonido, que compró con su dinero de él y lo oye en su casa de él.
Así tiene uno, de repente, un concierto de rancheras mejicanas, si no de reggueton, salsa, bachata o dembow.
Y así vamos, enfermos, con sonidos o ruidos que alcanzan más de 80 decibeles, y ni se habla de los esfuerzos que hizo la fiscal Olga Diná Llaverías, que quedaron en el pasado.