Por Néstor Estévez

Mantener el equilibrio es determinante para poder avanzar. El propio saber popular se encarga de establecer que hasta un tropiezo sirve para avanzar, siempre que no caigamos.

En estos tiempos son muy abundantes las posibilidades de tropezar o resbalar. Y eso implica la necesidad de un gran sentido del equilibrio, como única garantía de evitar caer de bruces en cada intento por avanzar.

Para entenderlo mejor sirve de gran ayuda imaginar algunas situaciones. Procuremos revisar lo que ocurre cuando cierto ambiente de tensión impide establecer un diálogo con alguien. Asumamos el reto de calcular el esfuerzo que implica entenderse con alguien que no habla nuestro idioma ni maneja lenguaje de señas.

Pero cualquiera de esas dos situaciones solo lograría asomarse a lo que implicaba trasladar una idea de un cerebro a otro en aquellos tiempos en los que rudimentarios seres humanos no habían logrado descubrir la forma de convertir en voz esa corriente de aire usado que venía desde los pulmones.

¡Cuán grande habrá sido el regocijo al lograr la extraordinaria hazaña de hablar! Para quienes nacemos luego de que otros hablan, la clave está en escuchar e intentar imitar. De hecho, el famoso gorjeo es resultado del esfuerzo que hace alguien, a quien la lengua le ocupa casi por completo la cavidad bucal, por emular esos sonidos que escucha. Pero ¿Qué ocurría cuando no había a quienes imitar? Definitivamente, hablar provocó una gran transformación, una gran ola, en aquella rudimentaria forma de vida.

Cuentan que la humanidad vio pasar mucho tiempo con esa tradición oral. Gracias a aquella capacidad de algunos para memorizar y compartir, todavía seguimos con altísimo interés a quien promete contarnos alguna historia.

Dicen que, primero con dibujos y luego con caracteres muy complejos, la humanidad logró un segundo salto dialéctico cuando la capacidad de memorizar comenzó a encontrar ayuda en el gran descubrimiento que significó dejarse entender por otros mediante trazos que luego pasaron a conocerse como letras, abriendo un nuevo mundo liderado por quienes dominaban una nueva competencia: la lectoescritura.

Tanto hablar como escribir se convirtieron en herramientas al servicio de quienes, de diversas maneras, ejercían alta influencia y poder sobre los demás. Así tenemos que la oratoria surgió en Sicilia, pero que fueron los griegos quienes la llevaron a ser instrumento de prestigio y poder político.

A lo largo de la historia, y aun en nuestros días, la destreza al hablar y la habilidad al escribir abren puertas para imponer ideas y propósitos sobre cualquier acción de los demás.

Si bien es cierto que cada paso abrió oportunidades para quienes lograban el dominio de esas “nuevas tecnologías”, no menos cierto es que un gran aceleramiento fue provocado por la posibilidad de imprimir y distribuir grandes cantidades de texto.

Aunque ya la tinta y papel eran conocidos en oriente, y se dice que también se conocía esa técnica para reproducir textos con tipos de metal fundido, se asume que el alemán Johannes Gutenberg fue quien ideó el procedimiento de impresión en caracteres móviles, o tipografía, dando origen a la imprenta moderna.

A poco tiempo de la Peste Negra y con algunos temas no bien esclarecidos sobre una buena parte de su alegado invento, en torno a este hombre se fija otro gran hito, una tercera gran ola para el flujo de mensajes que dan contenido a los pensamientos, a las ideas, a las decisiones y a las acciones de toda la humanidad.

Como ha de suponerse, con cada gran hito, con cada gran ola, se ha propiciado una recomposición de las relaciones entre los seres humanos. Desde simplemente ofrecer bienes o servicios hasta incidir en los demás para las más importantes decisiones son expresiones humanas que han estado determinadas por quienes mejor manejen cada innovación. Recomponer la correlación de fuerzas con cada ola ha necesitado de mucho tiempo y hasta de feroces luchas.

Desde hace algunas décadas, la humanidad vive una cuarta ola sobre la que todavía no logramos surfear con la pericia que se amerita. Ese “facilitar la vida” que se atribuye a internet también ha implicado un nivel de complejidad que muy pocos logran entender y gestionar.

Con la llegada de internet se ha aumentado la posibilidad para incidir y hasta para controlar todas las acciones que determinan el rumbo y las posibilidades de mantener esa capacidad para seguir generando y gestionando los cambios que han de soportar el real crecimiento y desarrollo de todo el potencial con que cuenta la familia llamada humanidad.