Por Milton Olivo
Anoche, me encontraba sumido en mis pensamientos, incapaz de conciliar el sueño. Algo perturbó mi mente profundamente, algo que escuché durante una conversación a la que asistí ayer como espectador. Era un tema tan relevante y urgente que no pude evitar que sus palabras se quedaran gravadas en mi memoria.
La charla giraba en torno a un profundo análisis sobre el pensamiento Duartiano y su visión sobre el poder municipal y la realidad del presente, un tema que, si bien parecía lejano para muchos, -entendí- es crucial para entender la situación de nuestros municipios y el destino de nuestra nación.
El alcalde de Santo Domingo Este, Dio Astacio, con gran agudeza, exponía en una conversación, cómo el pueblo dominicano –y especialmente su clase política- había ignorado desde la fundación de la República las enseñanzas de Juan Pablo Duarte sobre el gobierno municipal y las consecuencias devastadoras de tal desatención a través del tiempo.
Duarte, en su sabiduría visionaria, -afirmó Astacio- había entendido que la clave del verdadero progreso de la República radica en el fortalecimiento de los municipios, el cuarto poder del Estado. Había advertido que el poder municipal debía ser autónomo, liberado de la centralización del poder y autosuficiente financieramente. Para él, la municipalidad debía ser el puente que conectará a la población con el gobierno central, un puente sólido que permitiera a los municipios tomar las riendas de su propio destino. Sin embargo, este puente, que Duarte había soñado, históricamente ha estado roto, por el ahogamiento económico tradicional de los municipios.
Dio Astacio señalaba cómo la concentración de poder en el gobierno central y de los recursos, había –en la práctica- despojado a los municipios de sus recursos y competencias. Los ayuntamientos, desprovistos de herramientas y presupuesto, se ven obligados a operar con lo mínimo. Mientras tanto, el pueblo sufre las consecuencias de esta omisión histórica. La falta de recursos para el desarrollo local ha creado una brecha cada vez mayor entre la capital y los municipios, entre el gobierno central y los ciudadanos.
Pero el daño no solo es económico. El castigo más grande es el impacto en la política. La falta de descentralización de los recursos, no solo impide el desarrollo de infraestructuras, sino que también dificulta la participación activa de los ciudadanos en los asuntos públicos. La política local se ve desarticulada, y con ello, la posibilidad de una verdadera democracia. El pueblo, al sentirse alejado de las decisiones que afectan su vida cotidiana, se desmotiva, se desconecta, y en su indiferencia, las oportunidades se esfuman.
Astacio lo dejó claro: la estructura política dominicana, al ignorar la tesis Duartiana, ha condenado a las pasadas y presentes generaciones a vivir con los efectos de un sistema injusto. Mientras la centralización del poder y los recursos ha empeorado la desigualdad, los municipios han quedado atrapados en una red de burocracia y falta de autonomía, sin poder hacer frente a los problemas reales de sus comunidades.
Pero, ¿cómo afecta esto al bienestar de la población? La falta de una municipalidad fuerte se traduce en la falta de oportunidades. Sin acceso a los recursos necesarios para fomentar el desarrollo local, las personas siguen viviendo en condiciones precarias, luchando por lo más básico. Las escuelas, los hospitales, las calles y los servicios básicos en la mayoría de los municipios –sino en todos- continúan siendo insuficientes, y esto no solo afecta a la calidad de vida, sino que socava el futuro de toda la nación.
Lo que me dejó aún más preocupado, fue la reflexión final de Astacio: “El puente roto de las oportunidades no solo es un obstáculo para los municipios, sino también para la República misma”. Porque si seguimos ignorando las enseñanzas de Duarte sobre la autonomía y el fortalecimiento de los gobiernos locales, nunca alcanzaremos el desarrollo pleno que merecemos.
Este análisis se me quedó grabado en el alma, y aunque fue una charla profunda y difícil de digerir, es una verdad que debemos enfrentar. La centralización del poder y los recursos, no solo es un problema económico, sino un obstáculo político y social que frena el progreso de nuestra gente. Duarte, en su visión más pura, lo comprendió hace siglos. El reto ahora es tomar esa visión y convertirla en acción, reparando ese puente roto y permitiendo que las oportunidades lleguen a todos los rincones de nuestra nación. Porque, en última instancia, la salud de una nación se mide por el bienestar de sus municipios y la capacidad de sus ciudadanos para influir en su propio destino.
Es hora de que nos despertemos y, como pueblo, tomemos el tema del rescate de ese poder municipal olvidado, para finalmente levantar el puente de las oportunidades que Duarte soñó para todos nosotros.
El autor es escritor y activista por una Quisqueya potencia.