Por Milton Olivo

Estos días han sido de una persistente melancolía líquida. Tantos días de lluvia, cortesía primero de la tormenta Melissa y luego de un carrusel de aguaceros posteriores, que la memoria visual se me ha recalibrado, y de forma persistente ha atrapado mi mente con el tema del sentido de la existencia.

El mundo conocido ha pasado a ser un cuadro impresionista. Desde un balcón en Costa del Faro, Santo Domingo Este, la avenida España se convierte en una obra maestra surrealista: las palmeras, lavadas y refulgentes, luchando contra la borrasca; las nubes bajas, arquitectónicas y grises; y el asfalto, un espejo que duplica un cielo que no se decide a despejar.

Esta belleza forzada, contenida y húmeda, inevitablemente me ha empujado a la reflexión profunda. La existencia, la vida, el propósito… preguntas que el sol suele disipar con su brillo, pero que la penumbra de la lluvia hace ineludibles.

La pregunta olvidada. De seguro, en más de una ocasión, esta atmósfera reflexiva le ha asaltado. Se habrá preguntado: ¿Cuál es el sentido de mi existencia? ¿Para qué he nacido? ¿Qué vine a hacer a la Tierra? Y lo más probable es que se haya quedado con una sensación de vacío, sin una respuesta clara. Pero la respuesta existe. Y para comprenderla, es vital entender la Mecánica Existencial que rige todo cuanto nos rodea. No se trata de misticismo, ni religión, sino de leyes inquebrantables.

En la Física, se manifiesta como la Tercera Ley de Newton: toda acción produce una reacción de igual fuerza y sentido contrario. En la Astronomía, vemos esta misma dualidad en la fuerza de atracción y repulsión que mantiene a los planetas en órbitas perpetuas, librándose de ser tragados por el sol gracias a una fuerza igual pero opuesta. Incluso en la simplicidad de las Matemáticas, esta ley se sostiene con los números naturales (positivos) y su contraparte, los números enteros negativos.

Todo lo existente, desde lo más macro hasta lo más micro, se manifiesta a través de dos naturalezas o fuerzas contrarias, cuyo accionar constante produce el equilibrio universal. ¿Es el ser humano, la cúspide de la creación, ajeno a esta mecánica fundamental? Claro que no. La manifestación más sencilla se da en nuestro propio ser.

Tomemos como ejemplo el cuerpo: es físico y el tiempo lo destruye. ¿Qué es lo opuesto, la fuerza de reacción de igual fuerza y sentido contrario? Es la existencia en nosotros, de un ser que no es físico y que, por ser contrario al cuerpo, es eterno: el espíritu o alma como las religiones ha denominado por siglos.

Si nuestro espíritu es eterno, nuestra vida no se limita al lapso que transcurre entre el nacimiento y la muerte. El espíritu existía antes y continúa después. En el Bhagavad Gita, esa joya de la sabiduría hindú, encontré la explicación más lúcida sobre nuestro origen.

Dice: “El espíritu que habita en cada uno de nosotros, es al Dios creador del universo, así como una gota de agua es al océano.”

Todo esto nos lleva de nuevo al punto neurálgico: ¿Cuál es, entonces, el sentido de nuestra existencia en este plano físico y temporal? La respuesta es sorprendentemente simple, aunque desafiante en su ejecución: que usted sea bueno.

Usted manifiesta su bondad en la medida en que practica los atributos que son la esencia misma del Creador: la verdad, la compasión, la justicia, la solidaridad, y, por encima de todo, la bondad. Ese es el propósito que facilita que su alma regrese triunfante al seno de su origen.

No es casualidad que todos los libros considerados sagrados —la Biblia, el Corán, el Bhagavad Gita, y el Tao Te King— funcionen como manuales para alcanzar este objetivo: desarrollar en nosotros la naturaleza del Padre Creador de todas las cosas.

Recuerde siempre que, al igual que en la Tercera Ley de Newton, cada acto suyo es una semilla que siembra, y la cosecha posterior será inevitable. La existencia es, en última instancia, una ley de siembra y cosecha.

(Este análisis forma parte de los temas desarrollados en mi novela, “De Creyentes y Terroristas”, donde analizo la Biblia Judeo-Cristiana, el Corán de los musulmanes, el Bhagavad Gita de los hindúes y el Tao Te King de los chinos. Disponible en Amazon.)

*Autor es escritor y novelista