Por Milton Olivo
La historia de la República Dominicana, desde su independencia en 1844 hasta el presente, está marcada por un continuo conflicto entre dos fuerzas que, aunque se presentan en distintas formas, siguen manteniendo un mismo patrón fundamental: los intereses creados y la lucha por el desarrollo nacional.
En sus inicios, los líderes independentistas enfrentaron a los conservadores que, en nombre de la estabilidad, se alineaban con potencias extranjeras y mantenían un orden económico basado en la dependencia. Hoy, casi dos siglos después, el país sigue lidiando con una dinámica similar: por un lado, aquellos que luchan por el desarrollo autónomo del país y, por otro, aquellos que, a través de la importación y el control de mercados, perpetúan un modelo económico que asfixia a los productores nacionales y limita las oportunidades de crecimiento local.
El Conflicto Inicial: Independencia y Conservadurismo
La independencia de la República Dominicana, formalizada en 1844, marcó el fin del dominio haitiano y la creación de un estado que aspiraba a consolidarse como una nación soberana. Sin embargo, esa independencia no significó de inmediato la estabilidad económica y política. El país se vio pronto dividido entre los «independentistas», que buscaban la autonomía plena y el fortalecimiento de la nación, y los «conservadores», que, al igual que en otros contextos latinoamericanos, optaban por mantener una relación de dependencia económica y política con potencias extranjeras. Esta dicotomía, lejos de ser un fenómeno exclusivo del siglo XIX, sigue vigente en el siglo XXI.
La Proyección del Conflicto: El Desarrollo Nacional contra los Intereses Externos
Hoy, en 2024, la lucha entre el desarrollo nacional y los intereses creados toma nuevas formas, pero la esencia del problema sigue siendo la misma: una confrontación entre aquellos que promueven un modelo económico que favorezca el fortalecimiento del mercado interno y la producción nacional, y aquellos que se benefician de un sistema de importación que favorece los intereses de grandes conglomerados y actores externos. Este conflicto, que en el siglo XIX tenía una dimensión política y territorial, hoy se manifiesta en el ámbito económico y comercial, donde los sectores más poderosos del país buscan mantener un statu quo que, aunque perjudica a la mayoría, les resulta lucrativo.
La Importación y la Muerte del Productor Nacional
Un ejemplo claro de esta dinámica se puede observar en la alianza entre políticos e importadores de alimentos, que favorecen la importación masiva de productos agrícolas y alimenticios, a pesar de que esto tiene consecuencias devastadoras para los productores nacionales. Los importadores, a menudo apoyados por políticas gubernamentales favorables a la importación, prefieren traer productos de fuera a precios más bajos que los que los agricultores dominicanos pueden ofrecer, aun cuando esto implique la quiebra de los productores locales.
Este fenómeno no es nuevo: en el siglo XIX, las élites conservadoras dominaban la economía a través del comercio con potencias extranjeras, mientras que los independentistas buscaban una mayor autosuficiencia. La diferencia radica en que hoy la globalización y los tratados de libre comercio han multiplicado el alcance de este conflicto, y los intereses externos tienen una presencia aún más marcada que en épocas pasadas.
Lo que ocurre con los alimentos es solo un reflejo de un patrón más amplio. Las industrias dominicanas, desde las textiles hasta las tecnológicas, enfrentan una competencia desleal de productos importados que son subvencionados o manipulados por actores internacionales. Los productos que podrían ser más baratos para los consumidores dominicanos a través de la inversión extranjera, sin embargo, se ven bloqueados por una serie de intereses que favorecen el monopolio de las grandes corporaciones locales, las cuales controlan el mercado y las aduanas, impidiendo la competencia y afectando tanto a los productores nacionales como a los consumidores.
Los Intereses Creados y la Asfixia Económica
Este entramado de intereses no solo afecta a los pequeños productores, sino que también tiene un impacto directo en la clase trabajadora y en las capas más vulnerables de la población. Los precios de los productos básicos se mantienen artificialmente altos debido a la falta de competencia, lo que genera una «asfixia económica» para el pueblo, que no puede acceder a productos más baratos y de mejor calidad.
El control de los mercados y de las aduanas por parte de una elite económica tiene efectos devastadores sobre la economía nacional. Aunque la República Dominicana podría beneficiarse de relaciones comerciales más justas y equilibradas con actores internacionales, los intereses creados por los grandes grupos empresariales nacionales, en colusión con ciertas élites políticas, bloquean cualquier intento de liberar al país de este ciclo vicioso.
Un Enfoque Más Allá del Dualismo
Es importante subrayar que este no es un conflicto entre «buenos» y «malos», ni entre «nacionalistas» y «traidores». La esencia del problema radica en la naturaleza de las cosas: la estructuración del sistema económico y político dominicano a lo largo de los años ha favorecido a aquellos que buscan mantener su control sobre el mercado, a expensas de la producción nacional y el bienestar de la mayoría de la población. Es un problema más complejo que una simple división moral; se trata de un modelo que se perpetúa porque beneficia a unos pocos a costa de muchos.
Proyección a Futuro
La proyección atemporal de este conflicto sugiere que, si bien las formas pueden cambiar, las fuerzas subyacentes del poder económico y la lucha por el desarrollo autónomo seguirán siendo determinantes. La independencia de 1844 fue apenas el comienzo de un proceso que, en muchos aspectos, sigue incompleto. La verdadera independencia, la que se lucha cada día en la economía, en el comercio, en la producción, sigue siendo un objetivo lejano.
Para que la República Dominicana logre un desarrollo real y sostenible, será necesario un cambio estructural en la forma en que se gestionan los recursos, en la creación de políticas que favorezcan la producción nacional, y en la apertura del mercado a una competencia más justa. La lucha no está en la dicotomía entre el nacionalismo y el neoliberalismo, sino en la capacidad del país de liberarse de los intereses creados que siguen bloqueando su potencial.
El autor es escritor, activista por una Quisqueya potencia y ex precandidato a alcalde PRM-SDE