Por Alberto Quezada
En política, pocas jugadas son tan riesgosas como intentar prolongar un proyecto de poder con un rostro distinto, pero sin alma propia. Ese parece ser el plan que se cocina en el PRM de cara al 2028, con la vicepresidenta Raquel Peña emergiendo como “el relevo natural” para ocupar la silla presidencial. Pero conviene preguntarse: ¿natural para quién?
Peña no es una figura nacida de la lucha partidaria ni de los vaivenes de la política de base. No viene del fango electoral ni del sudor de las calles. Su llegada a la vicepresidencia fue una decisión técnica, no una conquista política.
Y esa es, al mismo tiempo, su principal fortaleza y su mayor debilidad: no carga con deudas internas ni enemigos viejos, pero tampoco tiene capital político propio. Es, en esencia, un proyecto diseñado en laboratorio, cómodo para los sectores empresariales y tranquilizador para el oficialismo, pero sin raíces firmes en la militancia.
El riesgo para el PRM es evidente. Intentar vender a Peña como candidata presidencial puede interpretarse como un acto de continuismo maquillado, una prolongación del liderazgo de Luis Abinader bajo otro rostro.
Y ese disfraz, por más bien planchado que luzca, podría desatar tensiones internas en un partido donde abundan dirigentes curtidos, con hambre real de poder y poca disposición a ser comparsas de una “candidatura boutique” impuesta desde arriba.
El discurso de estabilidad y continuidad que podría encarnar Peña no basta en un escenario donde la política se juega en las calles, en los barrios, en la cercanía con las bases que reclaman reconocimiento.
¿Qué ofrece la vicepresidenta a esos sectores? ¿Qué les garantiza a los perremeístas que ven en ella más una figura de élite que una compañera de lucha? ¿Qué heridas abrirá el dedo presidencial si Abinader decide imponerla?
De aquí a 2028, el PRM enfrentará su mayor dilema: ceder al continuismo con rostro amable o apostar a una renovación auténtica. En esa ecuación, Raquel Peña corre el riesgo de ser vista como lo que muchos ya susurran: un cascarón vacío, el eco de un liderazgo que no puede reelegirse.
Si en cuatro años la vicepresidenta logra construir un liderazgo real, con discurso propio y músculo político más allá de la sombra de Abinader, entonces podrá aspirar con cierta legitimidad.
Pero si no lo hace, su candidatura será recordada como el intento de prolongar un proyecto sin alma, una apuesta fallida del poder a la comodidad del continuismo. Y la historia ha demostrado que, en política, los proyectos sin alma rara vez sobreviven al choque con la realidad electoral.
El autor es periodista y magíster en derecho y relaciones internacionales. Reside en Santo Domingo. Quezada.alberto218@gmail.com