Por Milton Olivo

En este siglo XXI, la República Dominicana se enfrenta a una crisis profunda de liderazgo, por la ausencia de propuestas ideológicas que sean capaces de ofrecer respuestas efectivas a los complejos desafíos sociales, económicos y políticos que vive la nación.

A pesar de que el país ostenta logros en diversos sectores, la realidad es que los liderazgos políticos—tanto los tradicionales como los emergentes— carecen de una propuesta ideológica que despierte la esperanza y el optimismo en la población. Esta carencia de visión y estrategia clara está erosionando la confianza popular y, lo que es aún más alarmante, socavando la posibilidad de un futuro próspero para las generaciones venideras.

La ausencia de una propuesta que encarna un proyecto colectivo nacional se ha convertido en una de las características más evidentes de nuestra realidad política del presente. La República Dominicana, como nación, se encuentra atrapada entre el atraso de una sociedad aún marcada por la agropecuaria preindustrial y el impulso del sector servicios, como el turismo, las finanzas y la manufactura.

Es un país que, a pesar de su dinamismo económico, no ha logrado dar el salto hacia un desarrollo económico y social sostenible, un avance que lo coloque a la par de países como Taiwán, Japón, Singapur o Israel, que, en su momento, también estuvieron en situaciones similares y hoy son ejemplos de progreso.

La clave para avanzar hacia esa Quisqueya potencia que aspiramos ser radica, principalmente, en comprender nuestra situación y diagnosticarla adecuadamente. Como bien reza el axioma de la medicina: para curar una enfermedad es necesario conocer el patógeno que la genera.

Y, en este caso, el «patógeno» que mantiene a la República Dominicana en una situación de estancamiento no es otro que la falta de una verdadera transformación estructural. Nuestro país está dividido entre dos mundos: por un lado, un sector agropecuario atrasado, que aún subsiste con prácticas de producción propias de una economía preindustrial, y por otro, un sector de servicios que no está suficientemente diversificado ni integrado con el resto de la economía.

El país no ha logrado consolidar una industria agropecuaria moderna que sea capaz de procesar sus excedentes y generar productos no perecederos. La falta de agroindustrias municipales que conviertan los productos agrícolas en bienes de valor agregado es uno de los mayores obstáculos para el desarrollo. Este vacío de innovación y de capacidad industrial es el que frena la creación de empleos sostenibles, el que impide la mejora de los salarios y el que, por ende, limita el acceso de la población a servicios básicos como la salud, la educación o la seguridad.

Uno de los aspectos más desalentadores de la realidad dominicana es el mal manejo de los recursos destinados a la educación y la ciencia. El país invierte millones en enviar estudiantes a universidades nacionales e internacionales, pero estos mismos jóvenes se ven obligados a emigrar cuando terminan sus estudios debido a la falta de oportunidades laborales locales.

A pesar de contar con instituciones dedicadas a la investigación científica y la tecnología, estas no han logrado impulsar la investigación, la innovación y el desarrollo de nuevos productos, necesarios para impulsar sectores productivos clave. La desconexión entre la educación y las necesidades del mercado laboral es otra de las piedras en el zapato del desarrollo nacional.

Es evidente que la República Dominicana está llamada a dar un giro radical en su modelo político, económico y social. La carencia de un «norte patrio», de principios que orienten nuestras decisiones y nos permitan avanzar de manera coherente hacia un futuro común, es un problema que ya no se puede posponer.

Este «norte» debe incluir una reforma constitucional profunda que redefina la estructura del Estado y garantice una mayor participación ciudadana. Además, se deben implementar reformas macroeconómicas que promuevan la creación de un mercado de trabajo más inclusivo, que fomente la innovación y la competitividad, y que elimine las distorsiones creadas por los intereses de grupos privilegiados.

No podemos seguir concentrando la riqueza en manos de unos pocos, ni mantener privilegios fiscales que favorecen a los sectores más poderosos, mientras la mayoría de la población sigue sin acceso a una vida digna. La desigualdad no solo perpetúa la pobreza, sino que también genera el caldo de cultivo perfecto para futuros estallidos sociales. La historia ha demostrado que las tensiones sociales y la falta de oportunidades son un detonante de crisis profundas. Por eso, el país necesita reformas urgentes que rompan con este ciclo de injusticia y exclusión, para poder hacer realidad una Quisqueya potencia.

Y dar forma a esa hoja de ruta nacional, estructurar la debida propuesta ideológica que lleve al país a un futuro de bienestar, ese, es el gran desafío histórico del PRM para continuar siendo la mejor opción, y seguir contando con la simpatía y el apoyo de la población dominicana.

El autor preside la Corriente Quisqueya Potencia –PRM