Por Manuel Hernández Villeta/A Pleno Sol

La crisis interna haitiana pasa obligatoriamente por la eliminación de las pandillas. No puede haber paz mientras existan tropas ilegales, que siembren el terror por doquier.

Las fuerzas para entrenar la Policía haitiana, que tiene como punta de lanza a Kenia, no han sido suficientes para establecer control de las pandillas. Es más, cada día estas dan golpes más osados, como tratar de derivar aviones comerciales.

No hay en Haití instituciones por encima de las pandillas. El gobierno es frágil con divisiones internas y falta de acción y pensamiento. Ese visible consejo de Estado no será suficiente para imponer el orden.

La Organización de las Naciones Unidas no puede alistar una fuerza interventora de los Cascos Azules, por la sencilla razón de que existe el veto de Rusia y China para favorecer la creación de ese organismo multinacional.

Le toca ser el patrocinador de una intervención a Haití al gobierno de los Estados Unidos, que hace unos meses estaba decidido a exterminar a las pandillas, pero que ahora cambia de miras.

En forma sorpresiva aparece una instancia de la Organización de Estados Americanos donde le pide a la ONU qué conforme a los Cascos Azules, para ir a la pacificación de Haití, o sea realizar una intervención militar.

Ya hay un triste recuerdo de los Cascos Azules cuando invadieron a Haití, dejando a decenas de niñas embarazadas y eliminando el ejército. Del vacío de poder que dejaron es que se fortalecieron las pandillas.

Un país no puede vivir permanente en el caos, pero las soluciones se retardan. Haití necesita a fuerzas extrañas que vayan a corregir la disolución absoluta. Es triste abogar por una intervención militar, en un país que debería de ir dando pasos hacia su institucionalidad.

¿Qué puede hacer la República Dominicana en este panorama? Nada, no es su competencia ni su responsabilidad el caos y la sangre que se derrama en Haití; no puede permitir que su territorio sea utilizado como centro de acopio, o de refugio de víctimas de la guerra y las pandillas.

Independiente de que se organicen las fuerzas kenianas en su blanda intervención, o que surja un ejército de mercenarios que vaya a Haití en pie de guerra, lo cierto es que ese no es problema de los dominicanos, y a las autoridades les corresponde poner mano dura en la frontera.

Si debe siempre prevalecer el lado humanitario, pero ayudando a los haitianos en su territorio. Solo el caso de las parturientas pone en peligro los planes sanitarios para los dominicanos. Hay que prestar oídos a los tambores de guerra haitianos, porque son sinónimo de peligro.