Por Manuel Hernández Villeta/A Pleno Sol

Fue una grave falta de responsabilidad, cuando los gobiernos de turno permitieron la construcción de villas miserias a la orilla de los ríos. Paulatinamente estos detritus humano fueron alcanzando categoría de incontrolables, siendo abandonados a su suerte.

Pero la marcha de una sociedad moderna no soporta, no tolera, ni puede permitir la existencia de cuchitriles en el corazón de las ciudades. Además, es alta la carga de contaminación ambiental que vierten sobre el río Ozama.

Nunca se debió de permitir que se establecieran desarrapados sociales en áreas periféricas de las ciudades. A largo plazo fue una mala apuesta, porque no hay soluciones a la vista. El desalojo de los residentes en las orillas del río Ozama tiene un alto contenido de explosión social, lo cual hace que las soluciones se aporten con mucho cuidado.

La despoblación de los campos, huyendo al hambre y la miseria espantosa, no encontró soluciones en las casas de cartones viejos y de techos podridos del Distrito Nacional. Por el contrario, se refundieron problemas sociales, delincuencia, prostitución, chiripeo y desempleo. Todo junto.

Es necesario que se haga una remodelación de toda el área que circunda al rio Ozama y el litoral costero, pero aparte de la construcción hay que satisfacer las necesidades humanas. Se puede llevar a cabo un hermoseamiento del área, pero se es incapaz de encontrar solución a la reubicación de las personas residentes allí.

Es imposible a cada familia marginada entregarle una casa, para que abandone el bohío que tiene. En el país hay un déficit habitacional espantoso, y es difícil pensar que el gobierno para satisfacer una sola necesidad estará en capacidad de construir unas dos mil casas.

Aún y entregando una bonificación a los cabezas de familia, es casi imposible conseguir los cientos de millones que son necesarios para realizar un desalojo sin contratiempos. Lo que se tiene es que tener bien clara la obra que se quiere edificar y aceptar los riesgos y aplicar todas las acciones que sean necesarias para continuar los trabajos.

La lección es que el establecimiento de barrios periféricos en terrenos del Estado tiene que ser controlado cuando se pone la primera estaca. Los gobiernos utilizan a esos marginados en los procesos electorales. Son carne de cañón o tropa de choques, o sencillamente los que por migajas venden su voto y conciencia.

Las fórmulas para los que viven en la orilla del Río Ozama tienen que ser sociales, no puede ser de golpeo y abandono. Nadie solucionó el problema en su fase inicial, por lo que ahora tiene un alto costo económico y político. Es un amargo trago que hay que abrevar. La civilidad y el progreso demandan cambios, aunque la marginalidad se oponga. ¡Ay!, se me acabó la tinta.