Por Manuel Hernández Villeta/A Pleno Sol

La crisis política, económica y social de Haití se debe solucionar a lo interno, sin intervención extranjera. La acción de fuerza de una superpotencia sobre un país pequeño, siempre es odiosa. Además, cada pueblo tiene los gobernantes que se merece.

La solución al problema actual de los haitianos debe proceder de ellos. Allí no va a imperar la democracia por un largo trecho, y seguirá siendo tierra de pandillas y gobiernos de poca fuerza. En la praxis se presentan en Haití los ingredientes de una guerra civil, que generará una intervención militar y parirá un dictador.

Ya señaló el presidente Luis Abinader que Haití se encuentra en medio de una guerra civil de baja intensidad. Lo creo. Es un territorio donde todos están contra todos, y nadie se salva de las balas asesinas.

Culpables de esta situación han sido los que propiciaron que se desmantelara el ejército haitiano. La casi totalidad de los cuadros operativos de las pandillas, fueron miembros de la desmantelada fuerza pública. La acción de eliminar a las fuerzas armadas la tomaron los Estados Unidos y la ONU durante la intervención militar pasada que duró más de una década.

Los soldados con el casco azul de UN en sus cabezas solo dejaron en Haití la llegada de la peste porcina, violaciones de mujeres y niñas y poner en retiro a los guardias. Hablar hoy de una nueva intervención lleva a la pregunta de para qué se tomaría una acción de este tipo. Temo que se corone a un pandillero y no a un demócrata.

Con el liderazgo político partidista tradicional sin fuerzas, no hay en Haití interlocutores de peso, para discutir la formación de un gobierno de unidad nacional. Una intervención norteamericana con la bandera de la ONU o la OEA tendría que buscar un hombre fuerte y dejarlo como dictador.

En frío análisis político el camino futuro más cercano de Haití es caer totalmente en brazos de las pandillas y que cada quien gobierne en su pedazo, o buscar un caudillo diestro en las armas, que cuente con el respaldo de un grupo de matones, y colocarlo en la silla presidencial como presidente de facto.

Cualquier solución que se plantee para Haití es tenebrosa. Muerte y sangre es lo que se vislumbra en lo inmediato. La República Dominicana se tiene que resguardar, para evitar ser salpicada por esos choques desgarradores que tienen lugar al otro lado de la isla.

Bajo ninguna circunstancia los dominicanos pueden participar en soluciones a este problema. Haití para los haitianos., Ahora, si tenemos que poner un control de acero para detener la masiva emigración. Son refugiados del hambre, pero aún así no son bienvenidos en este territorio.

El poder armado de las pandillas haitianas es más fuerte y determinante que el de los dirigentes políticos, por consiguiente la solución norteamericana, con intervención militar directa o solapada, es la puesta en el mando de un hombre puño de hierro, que conculque todas las libertades, pero imponga la paz del cementerio y la normalización del comercio. Un jefe de pandillas puede llegar al poder. Aquí pasó con Trujillo, en Haití con Duvalier, y la historia se escribe de nuevo, ahora como una farsa. ¡Ay!, se me acabó la tinta.