Por Néstor Estévez

Con gratitud recuerdo a un maestro de periodismo que, para explicarnos el concepto de “noticia”, nos hizo un cuento que se ha vuelto clásico en la carrera.

Él nos decía “que un perro muerda a una persona no es noticia; ahora, que una persona muerda a un perro, eso sí es noticia”. El asunto no es tan literal, pero así es el referido cuento.

Como los ingleses han incidido tanto en el periodismo, una expresión suya “man bites dog” (que un hombre muerda a un perro) ha sido usada para explicar lo que se considera noticia. Con ello se hace alusión a que, por raro, un hecho adquiere relevancia.

Visto así, es noticioso que una persona muerda a un perro. Y se asume que, por el contrario, cuando un perro muerde a una persona, estamos ante un hecho común y corriente, un caso que se corresponde con la naturaleza del animal que protagoniza la acción.

Aunque hay otras características para determinar que un hecho sea noticioso, para los fines de este breve escrito, solo nos referiremos a la rareza. Las otras podrían ser abordadas en futuras entregas.

El cuento viene a colación porque en estos días hemos demostrado serias limitaciones para realizar algo que resulta fundamental en donde producen alimentos: separar el grano de la paja.

Ocurre que un “te amo” se ha convertido, más que en noticia, en un escándalo de marca mayor. Ese “te amo” ha llegado al punto de opacar y casi hacer pasar sin pena ni gloria, en un país que dice sentir orgullo por su “plátano power” y por su “pasatiempo nacional”, que uno de los nuestros haya logrado lo que solo otros tres tienen en el mundo.

Otro hecho que se ha convertido, además de noticia, en tendencia arrolladora, es que una mujer, quien primero es madre y después es agente de la Digesett, amamantara a su pequeño en un lugar abierto.

Estamos ante dos expresiones de amor que pudieron haber ocurrido y quedado como lo más natural entre seres que, según dicen algunos estudiosos, por el hecho de haber sido amamantados, nos iniciamos en las lides de aprender a amar.

Sabiendo que los mensajes conectan con sentimientos y pensamientos, y entendiendo que éstos condicionan nuestras acciones y sus consecuencias, lo más atinado sería que nos detuviésemos a pasar revista a lo que priorizamos como información.

Hasta hace muy poco, muchos estudiosos de las ciencias sociales tenían como prioridad que aprendiéramos a distinguir lo importante de lo urgente. Ahora, de manera creciente, se vuelve imperativo estudiar una “asignatura” que debe ser prerrequisito para aquella: aprender a identificar lo verdaderamente importante.

¿Para qué sirve afanar y destinar tantos recursos a un tema como “marca país”, si el hito de Albert Pujols es relegado por un “te amo”? Con el “escándalo” que se ha vuelto que esa madre (y agente) amamante, como modo de calmar el llanto de su pequeño, ¿se pretenderá que volvamos a los tiempos en que las personas tenían que esconderse para manifestarse amor?

Hace poco más de una década, el sociólogo Zygmunt Bauman nos refería que “lo público se encuentra colonizado por lo privado”. Dice el sociólogo polaco que la notoriedad moderna “queda reducida a la exhibición pública de asuntos privados y a confesiones públicas de sentimientos privados”.

Urge buscar orientación sobre las “razones” para escandalizar con un “te amo” y con la imagen de una madre dando el seno. Parece más que urgente que nos detengamos para intentar responder algunas preguntas:

Cuando emitimos un mensaje, ¿qué nos importa más: su utilidad y trascendencia para los destinatarios o la distracción que el mismo pueda provocar? Cuando nos exponemos a los mensajes, ¿sabemos identificar para qué nos sirven? ¿Estamos seguros de poder gestionar las emociones que esos mensajes producen? ¿Somos capaces de mantener nuestra orientación y las consecuentes prioridades?

De las respuestas a esas preguntas depende el rumbo que sigamos. La pausa que ha de seguir a cada pregunta es el comienzo de lo que necesita todo ser racional para esclarecer el rumbo. Cuando eso se logra, también aprendemos a separar el grano de la paja.